El
mundo se alejó con sus ruidos y fuegos.
En
la periferia un sol azul nos cobijó
de
rodillas bajo los puentes
vimos
la lluvia barrer el barro
de
los cuerpos ocultos entre matorrales.
Sonido
de botas, golpes sobre la carne.
El
sonido de las bocinas nos precipitó
más
debajo de nosotros mismos
allí
en el lenguaje de la penumbra
aprendimos
los silencios del tiempo.
Expectantes
escuchamos el amanecer
confiados
salimos a los días de fiestas
por
calles atestadas
creímos
en la vana esperanza
de
una luz que vino a quemarnos
como
el aguardiente
regresando
su vuelo desde las entrañas
Quedamos
solos en el páramo de la historia
vagando
en el borde, cayendo de rodillas
ante
la luz escatológica de la ciudad
recluidos
en habitaciones subterráneas
donde
el mundo se aleja
y
ya no nos perturba su velocidad
su
estupidez ni su vana desesperación.