Un
pavo real despliega su corona
con
mil ojos azules
que
abren caminos hacia el bosque
a
la oscuridad del jardín
donde
los laberintos se ciernen a la luz de la luna.
Pequeños
planetas orbitan los ojos
de
galaxias extintas al comienzo de los tiempos
fragmentos
suspendidos como polvillo a la luz de las lámparas
inasibles
sustancias ya extintas
áridas
como estudios de arqueología.
La
velocidad de las estrellas su cartografía anula
como
una muerte que se contrae
sobre
sí misma.
Un
pavo real se pasea por la azotea
entre
viejos maceteros y colillas de cigarros
pierde
sus plumas ante la tormenta
Hacia
el interior de los pasillos blancos de esta casa
se
escabullen gritos sordos
y
cánticos sacros que buscan abrir el aire
como
un prisma opaco:
bailes
de ratas royendo los huesos
en
rituales angélicos.
La
realeza se sienta sobre los cipreses
e
inspecciona sus marmoleados mausoleos
mientras
goza en el suplicio
de
un universo que se contrae
de
una muerte que se cierne
como
luz de luna
sobre
el óxido de la lluvia.
Aflora
la bestialidad en pulcros ropajes
y
utensilios de disección
que
irrumpen en la oscuridad de la carne
trazando
un mapa de agonía
en
las secretas habitaciones de subsuelo.
Hermosas
ciudades emergen
como
coloridos pavos reales
se
ofrecen cual placebos
de
un tiempo olvidado
de
una rueda desenfrenada
que
todo lo llena de precipicios.
Adviertes
el engaño de la luz
el
cemento, los bosques, sus laberintos
más
avanzas por las mismas rutas
de
vidas que se apagan como estrellas
imposibles
de cartografiar.