He
visto los días desaparecerse
en
la luz mortecina de un azul antiguo
la
gente bailar frenética
al
ritmo de la celebración constante
pues
la vida es una fiesta fluorescente
feroz
hasta la médula de la tierra
y
velozmente se dirige hacia el muro.
Músicos
deambulan por las esquinas del tumulto
y
pierden su sombra en la periferia.
La
ciudad era una fiesta
espectáculo
multicolor como esa cuequita publicitaria,
en
un ritual nos retiramos más lejos del borde
a
tejer el silencio sobre nuestras huellas
y
contar lentamente las cuentas de agua que se quiebran en nuestros dedos
tu
fingiste el miedo para sentirte medio viva
al
fondo se escuchó un murmullo
a lo
lejos el mundo como musiquilla ajena.
Este
río no nos pertenece más
los
adoquines desperdigados dibujan nuestro tormento.
Este
nombre es sagrado y oculto.
El
grito furioso es sagrado.
Nuestro
y sólo nuestro
fuego
transparente que llena las venas.
He
visto los días caer como precipicios
inútiles
amontonar en la cloaca de este país
odiarlo
como a un cadáver que en paz descansa sin haber pagado su derecho a ser cadáver.
Lejos
del mundo
sentados
a la sombre de este árbol que no nos pertenece
vemos
pasar las constelaciones de sonidos
de
un mañana del ayer
tomaste
mi mano con furia hasta hacerla sangrar
una
gota sobre esta lluvia que no nos pertenece
ríos
púrpura por la avenida
y
la ciudad en llamas sobre el claro horizonte del ayer.
He
escuchado en el subsuelo
una
triste musiquilla
que
se va perdiendo por ahí por ahí.
Tú
soltaste el último respiro
antes
que caiga la cortina programática
de
un país lejano sin nombre
de
una calle pérdida
de
una casa de ayer
olvidada
hace tiempo.
En
la frenética velocidad de los días
El
mundo suena a lo lejos, como una oxidada rueda
yo
no sé si hay algo más que precipicio en ese canto de luz
una
a una las gentes salen a llenar lo que siempre fue suyo
mañana
va a llover
y
hoy se hace tarde
He
visto las trampas del devenir
lentamente
avanzar con su podredumbre.
Los
huesos como astillas arrancar la carne.
El
mundo suena a lo lejos
a
orillas de un río que no nos pertenece.
Y
quebraron sus rodillas en el pavimento caliente.
Y
pasaron por encima.
Y
solté las aves de mi cerebro
ese
vuelo azul revoloteando en los cabellos.
Una
voz se desangra en las lindes de la ciudad.
Avisele
por carta que ha nacido
y
esta mañana ha de quedarse
El
mundo suena a lo lejos.
Y
tú levantaste la mirada
a
orillas de este río que no nos pertenece.
El
nombre aquél
jamás
habremos de olvidar.