Prendía
su cigarrillo con fósforos
evitando
el sabor a bencina del mechero
luego
le gustaba inhalar
el
ultimo bostezo de humo de los cerillos al apagarse.
El
tabaco levemente húmedo se quemaba con dificultad
como
si una resistencia limara el placer.
La
necesidad de esos pequeños y secretos rituales
que
amalgamen la repetición
otra
vez la repetición
la
figura tan compuesta
el
gesto tan adecuado
la
reverencia tan justa
una
procesión perfecta hasta la náusea.
No
hay publicidad ni engaño detrás de ellos
solo
la misma vara de madera con la cabeza roja
encendiendo
uno tras otros del primero al último cigarrillo
el
bostezo de humo
que
como un incensario litúrgico
hace
descender la luz hasta la penumbra
donde
las formas se pierden
todo
es un poco más real y lejano.
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