Descendiendo
por la calle empedrada
emergen
banderas y antenas
techos
oxidados y árboles secos
rostros
infantiles que envejecen de golpe
ante
el golpe de hacha de los días,
un
pescador cojo recoge botellas en los basureros
y
los perros le rodean
confundidos
por el hambre y el olor.
La
noche se trepa por su piel
oscurece
sus costillas,
asediado
por las fauces feroces de los perros,
mientras
le llaman por un nombre que no reconoce
y
su rostro le parece extraño
como
aquellas mascaras
con
que revivimos a nuestros deudos
en
oscuros días de fiestas.
Vuelve
a su vieja morada
a
cuidar los abandonados botes
que
se pudren lentamente
en
el ir y venir del oleaje.
Retornan
los días idos
como
en esos borrosos documentales
las
embarcaciones rompen mar adentro
mas
la vida en esta costa se desvanece
el
barro se adhiere a los nervios
penetra
la carne
con
el frío como una mortaja.
Atrás,
en el sueño,
un
sol artificial amanece
haciendo
madurar las frambuesas entre espinas
mas
estas ya no dañan.
El
jardín ha recuperado su dimensión infinita
y
la casa su forma de laberinto
la
guarida segura donde todo pierde su gravedad
las
ilusiones y sonrisas flotan libres
ahora
que volvemos
a esa vieja lluvia de la infancia.