I
Las bestias se reunían en circulo en torno
de el fuego extinto y la sangre reseca sobre el polvo, llevaban al testigo con
los ojos vendados, en el mejor de los casos, cuando se sentían imaginativos les
arrancaban los ojos y las cavidades las llenaban de carbones prendidos, esta
ceremonia, o mejor llamada juego, se repetía sin falta y con total exactitud
todas las mañanas de los días lunes, habría que destacar que el termino lunes y
mañanas y todas han sido colocadas por los que han relatado esta historia pues
para quienes realizaban y sufrían el ritual cada vez era única y final, pues su
memoria no se extendía mas allá de una semana, es así como todo ritual que para
nosotros es repetido para los sujetos en si era un comienzo de la existencia,
una inmaculada inocencia los impregnaba cuando con sus dientes arrancaban la
carne de los huesos de la víctima.
II
En la misma
escena, un poco detrás de la arboleda como detrás de una vitrina, las personas
se encontraban sentadas espaldas con espaldas, unas gotas de sudor perlaban sus
frentes y de cuando en cuando con sus lenguas retiraban las gotas que se
posaban en las comisuras de sus labios, esta acción no poseía antigüedad ni era
reciente, estaba enfrascada más allá de la medida del tiempo, sobre los árboles
que se ubican más próximos a mu capo visual, se ubicaban pequeñas aves
transparentes que por breves instantes capturaban un color verde turquesa
producto de la luz que rebotaba desde las hojas de los árboles, no había sonido
alguno, sin embargo yo podía ver un sonido entre los árboles en un ángulo de 33
grados respecto de la línea que unía las bocas de las personas.
III
Su
mirada adquirió de pronto una nueva profundidad, nueva en este caso para él
pero preexistente desde hace mucho, en la que el movimiento permitía expandir
el contorno de los colores. Un ave que cortaba el aire era seguida exactamente
en sus movimientos por un pez que cortaba el agua, esto era multiplicado a su
vez por el reflejo mutuo que hacían ambas trayectorias en su terreno contrario,
dejando una ondulación cromática entre ellos, espacio que proyectado hacia la
retina ampliaba a su vez la profundidad hasta un límite casi insoportable. Esa
concavidad taladraba el cerebro de manera transparente en un instante sin
medida de tiempo hasta el punto de generar una combustión instantánea de ambos
globos oculares. No ha quedado registro alguno de este suceso, solo la
evocación por medio de la oralidad y las consecuentes desviaciones que dicha
historia ha sufrido en el devenir.
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