Cuando
el niño que siempre perdía la pichanga de barrio
se
deja inundar por gastadas canciones de otro tiempo
y
mira los soles perseguirse por la ventana
detrás
de la voz raspada de su padre
que
exige una nueva jornada.
El
mismo niño se levanta
y
tantea un duro pedazo de pan
sabe
que las cosas siempre se le escapan
como
aves de humo.
Las
mañanas de cada lunes
sale
a vencer la fría escarcha
como
un cazador en busca de su alimento
y
se compadece con frágiles escenas familiares
vuelve
a morar el fantasma:
un
niño del cual
los
juegos y las imágenes
huyen
incesantemente.
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