Buenos días, o buenas tardes, o buenas noches

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martes, 26 de abril de 2016

Los senderos amarillos




El primer acto de la realidad
es una ráfaga intensa de luz
un acto de ceguera
en que todos los objetos significan nada
y cualquier objeto
puede ser la vastedad
como ese reflejo de día
que proviene de los vehículos detenidos en la calle
recién encerados una tarde de domingo.

Se siente en el aire
el aroma de los asados familiares
que congregan una extraña empatía
incluso de los perros del barrio
que disfrutan gustosos la calidez del sol
después de las amplias meriendas
otorgadas por los restos de comida.

Hasta los vagabundos
se conciertan en dichos espacios
para obtener remesas
de aquellos señores
que buscan hacer gala de su caridad
ante las visitas familiares.
Uno de ellos se detiene
escudriña con la mirada el fuego
pero no en el sino más dentro de su cuerpo
buscando un agua de signos imposibles.

Las aves se aglomeran
dentro de los pocos arboles
que aun no se han deshojado
y allí se confunden
como parte de las hojas
ocultándose de los pequeños niños
:cazadores sempiternos
armados de sus artesanales ondas.

Otros niños irrumpen las calles
transformándolas en improvisadas canchas de football
que ningún vehículo irrumpe
pues los adultos beben diversas botellas de vino
mientras discuten arduamente
de las difíciles oportunidades laborales
que acechan a las grandes ciudades
siempre acaban reflexionando
sobre la fortuna de su pequeño pueblo
y lo lejos que se encuentran
de las guerras el stress la vertiginosa velocidad
con que viven algunos de sus hijos
que cursan distintas carreras universitarias.

En esa letanía incomprensible
ellos se dejan llevar por las horas
hasta que el sol comienza a aplastarse en el horizonte
entonces a paso lento,
como un río que casi se estanca,
se pasean por las avenidas
se saludan con afectuosos apretones de mano
y cordiales palabras
mientras se interrogan sobre la salud.

Al atardecer deambulan en torno al muelle de madera,
que ingresa 20 metros en el oleaje,
contemplan los botes mecerse
y las aves bailar los colores del ocaso.
Atrás un camino de tierra
conduce a la vieja iglesia de madera
con sus torres levemente inclinadas
cuyas campanadas llenan el silencio
y como una peregrinación
todos retornan a sus casas.

La ciudad queda vacía
las luces se encienden en los livings
donde las familias comparten
algún grato disco de vinilo
y charlan largamente de sus deudos
de todo cuanto le enseñaron
evocando el recuerdo de un recuerdo
que ya casi no les pertenece.

A la lumbre de la luna
un silencio ausente
puebla las moradas.
La lluvia se adueña de la ciudad
golpeando el polvo del suelo.
Desde la cerrada noche un perro ladra
no se le oye como un perro.

Una gotera en la esquina del tejado
marca el ritmo de las pisadas
y Pedro emerge de entre la lluvia
regresando a su Comala
como un fantasma entre los vivos
tratando de encontrar alguna explicación
a este pueblo que no comprende.

*          *          *

soy la isla que avanza sostenida por la muerte
o una ciudad ferozmente cercada por la vida

o tal vez no soy nada
sólo el insomnio y la brillante indiferencia de los astros

Blanca Varela

*          *          *

Sé que mañana con la misma vestimenta
tomaré el metro al trabajo
veré los mismos rostros ausentes de cada día
subirse y bajarse en las mismas estaciones
en algún instante pensaré:
cuan seguido olvido andar despacio
y añoraré aquel pueblo
sin saber la veracidad de su existencia.

Y así, conducirme por las líneas trazadas
entrar en mi minúsculo departamento del piso 21
calentar mi comida para llevar
en algún envase de cartón
con letras chinas,
meditar sobre el silencio
de la soledad de mi habitación
sobre el sin sentido de esta rutina
de ir e ir en círculos
en vertiginosa velocidad.
-La repetición, otra vez la repetición-

Bajo la luz del televisor ver algunas fotografías
de un pasado que no recuerdo
de recuerdos que no me pertenecen
y decir para mis adentros
cuan vacía es esta llenadez
de objetos y actividades.

Con todo hundirse en el sueño del sueño,
como el cuerpo que se deshace
atravesado por la multitud de transeúntes en marcha,
pensando también que alguien más
se desvanece en este instante
siento un breve y reconfortante halito de compañía
mientras el aire me quita la respiración
y veo eminentemente cerca la acera. 



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