La navaja con caparazón blanquecino,
color hueso,
surge completa como una extensión de mi mano
su hoja cual espejo
va viaje a viaje
junto al azul tormentoso del mar
transporta naves que se ondean en el oleaje
y aves que huyen de su peligrosa tarea
en sus movimientos se introduce
lentamente a través de la corteza.
La costa se llena de amargos viajeros
que encallan a tierra firme
mientras las naves se deshacen.
La navaja sigue su faena
inmersa ve en sí misma
el camino hacia la noche.
Se tiñe de la luz última
que desde el mar estalla en su hoja.
La luna se adueña de su labor
y la savia que escurre toma un color a sangre.
En la penumbra
la perfecta silueta ya forjada
comienza a volverse tosca
los dedos y la madera se confunden
entre un plateado fluir
que llena los rasgos.
Bajo la oscuridad absoluta
ambos nos parecemos
con un tono metálico
mi cuerpo se pierde
y la filosa huella de la luna
desdibuja
esculpe
fríamente
mi rostro.
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